"GOLPE
DE ESTADO AL
BIENESTAR"
DE
PEDRO
MONTES
La idea central del libro es que no existen causas que hagan insostenible el Estado del Bienestar. Según el autor esto es sólo una idea que defiende la burguesía en contra de los trabajadores, intentando dar marcha atrás en muchas de las conquistas sociales que conforman el Estado del Bienestar.La situación es más favorable que hace veinte años, de modo que si entonces se había alcanzado un estadio alto de bienestar general, existen ahora muchos más recursos para generalizarlo y mejorarlo. En ninguna otra etapa de la humanidad han existido tantos descubrimientos científicos y avances tecnológicos, tanta acumulación de riqueza, tanta población culta y formada, y sin embargo, se ha extendido la idea de que el bienestar alcanzado es insostenible. Parece dudoso que un alto desarrollo del Estado del Bienestar sea compatible con el capitalismo, ya que, este necesita contar con mano de obra dispuesta a realizar las tareas más alienantes, fatigosas y desagradables y difícilmente puede garantizarla si cada ser humano cuenta con los medios suficientes para cubrir sus necesidades básicas.
El proceso económico de un colectivo consiste en que la población en edad de trabajar ha de producir para mantener al resto. Este proceso es continuo y generacional, y a lo largo de él los individuos cambian de posición con el paso del tiempo. Si rige el sistema capitalista, muchas de las actividades necesarias para el mantenimiento y reproducción de la vida social no se tienen en cuenta porque no tienen valor mercantil. El capitalismo es una sociedad del clases en la que unos poseen los medios de producción y los que no trabajan y han de producir para toda la sociedad, incluyendo a los que no tienen que trabajar porque se apropian de una parte del producto social. La sociedad podría sobrevivir sin la extorsión de los propietarios, ya que los trabajadores son capaces de mantenerse a sí mismos y a la población que ya no puede trabajar. Se produce más de los necesario para reproducir continuamente la vida. Este exceso se puede acumular como capital social, para hacer más productivo el trabajo futuro. Pero en el capitalismo se lo apropia la clase propietaria. De ahí es de donde vienen sus privilegios históricos. La lucha de clases por la distribución del producto social es una constante histórica, pero las condiciones en que se da varían a lo largo del tiempo. En los países industrializados, hasta la Segunda Guerra Mundial la población tenía dificultades para procurarse bienes materiales que le permitieran cubrir las necesidades, porque hasta hace muy poco el mundo ha estado dominado por la escasez. La Gran Depresión de los años treinta provocó una gran crisis en el mundo capitalista que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia el liberalismo dio paso al keynesianismo, que trajo un período de esplendor del capitalismo, que culminó en el Estado del Bienestar. Al acabar la guerra, vino un período que cambió la existencia de la mayoría de la población: un prolongado e intenso crecimiento económico, que permitió mejorar los precarios modos de vida, extender y generalizar el bienestar material y proporcionar altos niveles de cultura, salud, ocio y garantía de seguridad personal en el futuro. El conflicto de clases no desapareció, pero este período de crecimiento económico insólito amortiguó el conflicto de la distribución del producto social. Los primeros años de posguerra se emplearon en la reconstrucción. Durante esta una serie de factores determinaron una alta rentabilidad de las inversiones y el crecimiento económico: los descubrimientos científicos, la aplicación a la industria civil de los avances tecnológicos de la militar, la adopción de nuevos métodos productivos y de organización del trabajo, la aparición de nuevas mercancías, el empuje de una demanda contenida para hacer frente a las necesidades bélicas, la intervención estatal en la economía como consecuencia de las posiciones logradas en tiempo de guerra. El capitalismo se expansionó, el producto social crecía de un modo irresistible. A lo largo de los sesenta se consolidó una fase de crecimiento espectacular, que culminó al principio de la década siguiente. Se apoyaba en las bases firmes de un sólido tejido productivo, unas infraestructuras reconstruidas, un sistema monetario internacional estable bajo la hegemonía del dolar, un incremento sostenido del comercio mundial y una alta demanda de empleo. Las condiciones de vida de la población se transformaron profundamente, desaparecieron las carencias más elementales, mejoró el bienestar y se inauguraron nuevas pautas de consumo y comportamiento. Pero los avances logrados en la productividad del trabajo no se tradujeron parcialmente en una reducción del horario laboral, sacrificando la producción material por ocio, sino que se dio prioridad a la cantidad sobre los aspectos personales y los ecológicos. Nunca surgió la decisión de reducir la jornada para reducir el paro porque había pleno empleo. Los salarios reales crecían tanto como la productividad y se mantenía la participación de los trabajadores en un PIB en constante aumento. Hubo un intenso proceso inversor, estimulado por una tasa muy alta de rentabilidad del capital. Este proceso solo podía sostenerse con una adecuada política redistributiva -de demanda-. Así el aumento del PIB coincidió con el de la demanda de consumo, generado por la evolución de los salarios y por el desarrollo y expansión del sector público. Además se elaboró abundante legislación sobre cuestiones laborales, protegiendo los derechos de los trabajadores y reconociendo a los sindicatos una posición relevante. Este era otro componente del equilibrio social keynesiano. También aumentaron los ingresos y gastos públicos, cobrando importancia los impuestos directos -gravan la renta- en lugar de los indirectos -gravan el gasto-, buscando la igualdad social. Fue una época dorada en la que la ciencia guardaba insospechadas posibilidades tecnológicas que el capitalismo puso en marcha y una parte de la humanidad alcanzó un grado de bienestar y un enriquecimiento de la existencia prodigiosos, impensables para los que fueron testigos de muchos de los horrores de la primera mitad del siglo.
Pero a principios de los setenta el capitalismo entró en crisis: el crecimiento disminuyó, aumentó el paro, se recrudeció la lucha por el producto social, comenzó el recorte de avances sociales y se empezó a cuestionar el Estado del Bienestar. El capitalismo es un modo de producción que entraña contradicciones agudas, que acaban por aparecer periódicamente, ocasionando los ciclos económicos. El período de prosperidad de la posguerra no se podía prolongar indefinidamente. El fin venía determinado por la evolución de una variable esencial en el capitalismo: la tasa de beneficio. El sistema funciona permanentemente sobre la base de que los empresarios logren una rentabilidad suficiente del capital invertido. Cuando existen buenas oportunidades para obtener altos rendimientos se impulsa la inversión y con ella el empleo, el crecimiento del PIB y la innovación tecnológica, se está en una fase de prosperidad y se entra en la de recesión cuando la rentabilidad es baja, no existen buenas perspectivas para invertir, aumenta la incertidumbre y muchas empresas desaparecen. Los años que precedieron a la crisis mundial se caracterizaron por unas altas tasas de rentabilidad del capital que promovieron una fuerte expansión. Llegó un momento en que la demanda no crecía en proporción a la producción, apareciendo una situación de sobreproducción. Esto produjo una caída de la tasa de ganancia: el capital existente no podía revalorizarse a la tasa de rentabilidad previa. El fuerte crecimiento económico determinó una demanda pujante para las materias primas, cuyos precios se elevaron. Los países de Tercer Mundo exportadores de productos primarios se beneficiaron transitoriamente y lograron que mejorase la relación de intercambio, lo que repercutió negativamente en la tasa de beneficio de los países industrializados. A esto se sumó la primera crisis del petróleo que fue el catalizador de la crisis económica y la agravó, aunque no tuvo entidad suficiente para provocarla -actualmente el precio del petróleo es inferior, en términos reales, al que existía antes, y no se ha despejado el panorama económico de la economía mundial-. Además, el dolar fue declarado no convertible en oro, lo que provocó una crisis monetaria. La cotización de las monedas pasó a determinarse en los mercados de divisas introduciendo nuevos elementos de incertidumbre en las economías y creando una gran inestabilidad financiera internacional. Primero, se trató de hacer frente desde el keynesianismo, pero no funcionó y además se agravaron algunos de los problemas. Como esta política no era la solución, era preciso dejar que la crisis desempeñara el papel depurador que tiene en el capitalismo: elimina las empresas menos rentables y productivas y desvaloriza el capital. Con la segunda recesión se produjo un desgaste de las fuerzas -hasta entonces la resistencia del movimiento obrero era fuerte- que añadido a la elección de presidentes reaccionarios, dio paso al neoliberalismo. La burguesía al comprender la gravedad de la situación trata de favorecerse y adquirir una posición de fuerza. Los acontecimientos la han reforzado, mientras que la izquierda ha retrocedido ideologicamente, está desorientada, sus fuerzas minadas y encuentra dificultad en levantar una alternativa propia. El neoliberalismo entra de lleno en las conquistas del Estado del Bienestar. Es la doctrina que mejor interpreta los intereses del capital. Trata de imponer una redistribución de la renta favorable a los beneficios y contraria a los salarios -directos, indirectos y diferidos-. La política económica debe tener un carácter restrictivo, con una doble finalidad: forzar la depuración del capital, haciendo que solo puedan sobrevivir las empresas más rentables y productivas y elevar el nivel de paro, minando la seguridad de los trabajadores y debilitando el movimiento obrero, que es condición necesaria para llevar a cabo su política regresiva. Recurre a todo tipo de argumentos para recortar los salarios y lograr una redistribución de la renta en contra de los trabajadores. Convierte los salarios en el origen y a la vez la solución de todos los problemas. La causa fundamental del paro es la inflexibilidad de los salarios, porque si los trabajadores estuviesen dispuestos a admitir una reducción suficiente, la economía se orientaría automáticamente hacia el pleno empleo. A través de una cadena de razonamientos -los beneficios son fuente de inversión y esta la fuente del empleo-, quiere demostrar que la moderación salarial es necesaria para luchar contra el paro. Pero no todos los beneficios se invierten y no toda inversión crea empleo, sino que muchas veces sirve para sustituir mano de obra. La inversión no depende solo de los beneficios, sino de otros muchos factores, entre ellos la demanda que sostiene los salarios. El neoliberalismo ha prestado una gran atención a la desregulación del mercado de trabajo y ha eliminado muchos de los derechos históricos que regían las relaciones laborales. Pero tanta precariedad es inoperante para crear empleo, mina la eficiencia del sistema y es contraproducente a largo plazo para mejorar la productividad y competitividad. El neoliberalismo está sometiendo al sector público a un intenso acoso por las prestaciones sociales que representan una redistribución indirecta de la renta a favor de los salarios, favorecen principalmente a los trabajadores y capas populares y son financiadas en parte con impuestos sobre el excedente. Si los servicios públicos y las prestaciones sociales corrieran a cargo de los propios trabajadores con impuestos sobre los salarios, los gobiernos no tendrían interés por recortar los gastos sociales ni los neoliberales en denunciar lo público. Defienden la reducción de las cotizaciones sociales y la reducción de impuestos y distribución de la carga fiscal favorable al capital. Pese a todo el movimiento obrero no está derrotado y los trabajadores encuentran muchos apoyos en una sociedad en la que la exigencia de servicios y prestaciones sociales forman parte de la cultura, aspiraciones y formas de vida de los ciudadanos.
A esto se suma el proceso de privatización que se está registrando en todos los países, debido a que se quiere eliminar cualquier vestigio del reconocimiento que la economía mixta y la planificación tuvieron en el pasado. Se pretende reforzar la coherencia del mensaje neoliberal: la gestión de todos los asuntos económicos de la sociedad corresponde al sector privado. Abre al sector privado nuevos campos de inversión y rentabilización del capital, dilapidando el patrimonio social.
En cuanto a la deuda pública, se resalta que el endeudamiento del sector público ha crecido, pero se oculta que la causa es el insuficiente nivel de recaudación de impuestos. El problema pudo evitarse elevando en su momento los impuestos para financiar el gasto público, considerado socialmente necesario. Ahora se ha creado un círculo vicioso: el déficit está determinado en buena medida por el pago de intereses, y obliga a un creciente endeudamiento que compromete el equilibrio presupuestario futuro por la carga de intereses.
Pero además la doctrina neoliberal tiene una vertiente internacional. Las fuerzas del mercado deben actuar con plena libertad a nivel internacional, salvando las barreras que imponen los Estados. El mundo debe convertirse en su totalidad en un inmenso mercado, donde la libertad para el comercio de mercancías y el movimiento de los factores productivos no tenga límites. Las vertientes interna e internacional del neoliberalismo se complementan, potencian y dan una aparente coherencia global a la doctrina, que refuerza su valor como modelo social y como alternativa económica. Estas nocivas consecuencias de la vertiente internacional del neoliberalismo se ven amplificadas en algunos países europeos, porque el proyecto de construcción de la unidad europea se levanta con los criterios del neoliberalismo más estricto. Para una economía como la española, la inserción en el ultracompetitivo marco del Mercado Único y la pretensión de formar parte de los países que implanten la moneda común ha entrañado graves costes económicos y han dado pie a políticas extremadamente regresivas.
Tras la crisis la economía no ha dejado de crecer, aunque más lentamente. Hoy hay más medios que nunca para prodigar el bienestar general, pero se dice que el Estado del Bienestar no es sostenible. Se habla de la crisis del modelo, para no referirse a la crisis esencial del sistema económico. El Estado del Bienestar sigue siendo un objetivo valioso y positivo. Representa un avance histórico que ha entrado en contradicción con las necesidades del capital. También se ha dicho que el Estado del Bienestar es incompatible con la Unión Europea. El neoliberalismo resulta una doctrina útil al capital para librar la lucha de clases. Pero como estrategia para superar la crisis su fracaso es manifiesto. El efecto más dramático de la crisis y la política neoliberal es el paro, para el cual, la respuesta neoliberal es la desregulación del mercado de trabajo, la movilidad funcional y la flexibilidad de jornada, que conduce a la competitividad de la economía. Pero esto no reduce el paro y empeora las condiciones laborales. La productividad ha seguido creciendo en las últimas décadas, lo que añadido al incremento de la fase expansiva representa un crecimiento espectacular durante la segunda mitad del siglo. Esto se debería haber traducido en una reducción de la jornada laboral, ganando ocio a cambio de producción. La reducción de la jornada es una medida necesaria y lógica para combatir el paro, pero los gobiernos la evitan. El objetivo del pleno empleo es de suma importancia en la cuestión del Estado de Bienestar y no es casualidad que su desarrollo haya coincidido con el período de hegemonía del keynesianismo, en el que un alto nivel de ocupación era una realidad y un objetivo irrenunciable de la política económica. El uso de los recursos humanos disponibles es un requisito imprescindible para cubrir las necesidades materiales, culturales y de protección de toda la sociedad, y estas crecen al ritmo del avance de la civilización. La población en edad de trabajar tiene que sostener una cada vez mayor proporción de gente que ya no está en condiciones de hacerlo. Los retrocesos y amenazas sobre el Estado del bienestar nacen de la grave situación de subempleo en que se encuentran la mayoría de las economías. como respuesta a la crisis, la política neoliberal provoca depresión e intenta un recorte en los servicios y prestaciones públicas. Entre los elementos esenciales del Estado del Bienestar está el sistema público de pensiones, mecanismo básico por el cual la población activa ocupada sostiene a la población que por edad ya no está en condición de trabajar. Los gastos en pensiones representan una de las partidas más importantes de los gastos públicos en todos los países de la Unión Europea, por lo que están en el ojo del huracán de la ofensiva neoliberal. Si los ataques al sistema público de pensiones logra promover la inseguridad sobre el futuro y deja de garantizar pensiones suficientes, los trabajadores se ven obligados a buscar protección a través de los sistemas de pensiones privados. Así, el neoliberalismo instaura un sistema de capitalización, por el cual la pensión de cada persona se fija estrictamente según las aportaciones individuales.
El envejecimiento de la población es la base de la ofensiva sobre el sistema público de pensiones. El descenso de la natalidad y el aumento de la esperanza de vida hacen que la cantidad de potenciales pensionistas sea creciente. Pero los movimientos de la población son lentos y previsibles y se pueden acometer con tiempo las políticas y reformas necesarias para alcanzar una sociedad relativamente armoniosa, ya que, el sistema actual requiere reformas para ser viable en el futuro. El autor defiende que existen enormes posibilidades para ampliar y mejorar el Estado del Bienestar y expone una teoría mediante la cual se podría alcanzar en el año 2026.
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